El afloramiento de una nueva economía y el interés y preocupación por volver a un modelo de sociedad más civilizado hizo restablecer el valor del aseo y el cuidado personal.
En la Corte se crea moda y aparecen otra vez especialistas del peinado que evolucionan en formas e ideas intentando recuperar los antiguos tocados de las épocas griegas y romanas.
Los accesorios proliferan y aparecen los postizos, especialmente en forma de trenzas y moños muy elaborados. Además redecillas, coronas y joyas entrelazadas se extienden no sólo por la Corte, sino entre las florecientes clases urbanas.
De esta manera se expanden los peinados de las casas venecianas y la moda de teñir el cabello en tonos rojizos, para lo que se empleaban mezclas de sulfuro negro, miel y alumbre con las que se embalsaban las cabelleras y posteriormente se exponían al sol para potenciar la acción de la fórmula.
Nació en estos momentos la pasión por cambiar el color natural de la melena de las mujeres, y se popularizaron también el rubio ceniza, el hilo de oro y el color azafrán.
En pinturas hechas por los grandes maestros de la época se pueden apreciar con todo detalle los complicados peinados y recogidos que se estilaban, plasmados en tela con toda claridad, como si de una fotografía se tratara.
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