Se imponen las famosas pelucas blancas, que iban acompañadas de accesorios complicados que incluían hasta maquetas, difíciles de transportar a la hora de trasladarse de un lugar a otro.
Con una mezcla de talco y almidón, estas pelucas se empolvaban para que lucieran lo más blancas posibles, y para enrularlas, los peluqueros enrollaban sus mechas en cilindros que calentaban en hornos de panadería. Así nace la permanente en caliente.
Este método no se podía utilizar en el cabello natural, que quedaba oculto bajo esos postizos inseparables.
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